María Nicolau, autora de la columna: Sal a comer sola, y que se acabe el mundo, invita a las mujeres a salir de ese orden tradicional y darse el gusto de hacer una reservación y salir a un buen restaurante solas.
“Tengo amigas que ni siquiera han entrado nunca solas a un bar a tomarse un café o que antes de sentarse en un banco a comerse un bocadillo en un parque, lo hacen en el coche, dentro del parking, a salvo de miradas ajenas.” María Nicolau.
Esta columna va de la irredenta que reserva en un restaurante de campanillas con intención de darse el gusto de una cena para una, y que resulta que es un espécimen poco frecuente.
A mí me sorprende. Lo he hecho toda la vida sin pensar en que tuviera ninguna importancia. Si me preguntan qué hace falta para salir a cenar sola respondo que el hambre, las ganas y el dinero para pagarlo. Pero resulta que tengo amigas que ni siquiera han entrado nunca solas a un bar a tomarse un café, que llegan por defecto diez minutos después de la hora acordada a cualquier cita para no afrontar la posibilidad de ser las primeras en llegar y encontrarse solas esperando, o que antes de sentarse en un banco a comerse un bocadillo en un parque, lo hacen en el coche, dentro del parking, a salvo de miradas ajenas.
Sal. Sin necesidad de consejos para esquivar la tensión social, las miradas incómodas, las voces en tu cabeza. Sal. Por el puro placer de ver cómo arde todo.
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